La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo.
El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es el ciego del pueblo.
Entonces, le dice:
- ¿Qué haces, tú ciego, con una lámpara en la mano? ¡Si tú no ves!
- Entonces, el ciego le responde: Yo no llevo la lámpara para ver mi camino.
Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria.
Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean.
No sólo es importante la luz que me sirve a mí,
sino también la que yo uso para que otros puedan servirse también de ella.
Cada uno
de nosotros
puede alumbrar el camino
para uno mismo,
y para que sea visto por otros,
aunque aparentemente no lo necesite.
Un abrazo. Mari Cruz
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