Nuestra labor profesional se centra en la búsqueda del mejor líder o manager para nuestras organizaciones. Buscamos profesionales lógicos, analíticos, buenos planificaciones y racionales.
Pero, ¿Son estas cualidades las más idóneas para garantizar el logro de los objetivos empresariales?
Está probado que no hay una sola decisión razonable que no lleve ligada una emoción, y por ende, el modo en que gestionamos nuestras relaciones.
Por ello, el fin de una buena educación sería dotar a las personas que forman parte de las organizaciones de aquellas herramientas que les permitan gestionar bien sus emociones, así como el pleno desarrollo de sus capacidades, habilidades y conocimientos.
Es imprescindible que los políticos, medios de comunicación y agentes educativos comprendan la relevancia de las emociones para el pleno desarrollo del potencial humano y formulen nuevas políticas educativas acordes a esta nueva era, en la que deben tenerse en cuenta tanto los conocimientos como el modo en que gestionamos nuestras relaciones.
Hablar de sentimientos a una edad temprana ayuda a los niños a no ser irreflexivos y a adquirir un mayor autocontrol, así como de suficiente madurez.
Se ha comprobado que el hecho de hablar sobre las propias emociones tiene un efecto sedante sobre el sistema nervioso.
Es también sabido que cuando se tienen problemas, el mejor modo de afrontarlos y de hallar una solución se basa en contar dichos problemas y con ello, de algún modo, aceptarlos y asumirlos.
Hace décadas el hecho de ser emotivo se contemplaba como una debilidad, máxime en los niños. Ahora comprendemos que sólo mediante el reconocimiento y la utilización de la sensibilidad puede la vida alcanzar un significado superior.
Sólo a través del desarrollo de la empatía con nuestros semejantes, con la Tierra y con todo el entorno que nos rodea podremos entender lo que está ocurriendo en la sociedad y así contribuir a encauzar de nuevo, hacia un rumbo positivo, creativo e innovador, el devenir de la vida.
El mejor indicador en la niñez de la capacidad de adaptación en la vida adulta, no lo marcan las notas escolares, ni el buen comportamiento en clase; sino la capacidad con la que este niño se relaciona con otros niños.
Los niños que generalmente no son aceptados por otros, que son identificados como agresivos o destructores, o aquellos que viven una infancia aislada, son incapaces de sostener una relación estrecha con otros niños y de ubicarse en la cultura a la que pertenecen.
Estos niños corren serios riesgos de tener problemas de relación en la edad adulta, y no sólo en términos de su vida personal, sino también en lo profesional. Por este motivo cobra especial trascendencia el fomento de su creatividad y su crecimiento social.
De ahí que sea vital que apoyemos a nuestros hijos para que se relacionen adecuadamente con sus compañeros de clase y con el resto de personas de su entorno inmediato, así como potenciar el desarrollo de su creatividad y cuidado del entorno, en vez de esforzarnos únicamente en que obtengan unas calificaciones aceptables.
Quizá convenga que reflexionemos acerca del tipo de formación que proporcionamos a nuestros hijos e hijas; el conocimiento no lo es todo.
El posibilitarles ayuda para desarrollar la tan anhelada creatividad, hoy tan valorada, quizá les permita ser únicos en lo suyo y lo más importante, les haga seres más felices en un futuro.
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Un abrazo. Mari Cruz
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